Para saber su futuro, inserte 25centavos en la ranura.
Trabajan tan duro mientras intentan mantenerse de pie. Desnudas reflejan la luz blanca sobre la cara de los temblorosos estudiantes que sudan discretamente. Toda clase de instrumentos metálicos tocan su blanca carne, helados e impacientes. Hurguetean recónditos rincones, dobleces, arrugas, vellos, curvas y fluidos. Una lección de anatomía en una sala oscura y maloliente. El aire áspero altera la suavidad de su respiración, ya están completamente entregadas a los cuchillos y bisturís. Las mujeres de laboratorio inquietan a los nuevos estudiantes con sus pechos descubiertos, sus piernas abiertas al conocimiento, vejadas en nombre de la ciencia. Mujeres que no hablan ni se quejan, mujeres de mirada perdida, mujeres muertas mientras aun respiran. Un libro tibio y manoseado por manos regordetas y vellosas. El doctor se humedece los labios mientras recorre verbalmente las extremidades superiores, radio, cúbito, húmero. Su respiración se acelera, y las glándulas mamarias, y el corazón, y el esternón. Una gota de sudor cae por su frente al mismo tiempo que señala el hígado y el páncreas, los riñones. Ovarios, útero, vagina y vulva mientras disimula el bulto en sus pantalones con el delantal sucio, igual que todos sus alumnos.
Un pasillo de ecos jadeantes, cerebros notables, mentes horrorosas. Sangre, piel, saliva. Ropa sucia de perversión y miedo silenciado.
Mujeres heladas y blancas, de cabellos lacios. Mujeres hambrientas, mujeres ciegas, sordas y mudas. Mujeres de probeta, mujeres amarradas, mujeres entre metales fríos y luces brillantes, mujeres bajo impúdicas miradas científicas. Medicina morbosa, mujeres de laboratorio del siglo que no existe.
Pues el infierno no solo parecía ser el lugar idóneo para estos personajes, perfectamente podían compartirlo con esos osados infames que alguna vez se atrevieron a decir obscenidades de mi persona frente a mi rostro. O incluso aquellos que lanzaron billetes a mis pies en mis noches más lóbregas. O peor aun, esos otros de semblante reservado que me imaginaban en las más acrobáticas posiciones que terminaban por reducirme a un simple objeto de uso y abuso. Y qué decir de los perversos que nunca acudieron a mi explícito y vergonzoso llamado.
Definitivamente éste es un tema importante, un asunto difícil de resolver. Ya mencionaba en sus escritos más tempranos el árabe Said Al Ayé aquel lugar sombrío al cual llegaban los seres infames de todas las localidades. Ladrones, asesinos, violadores y estafadores, entre un sinfín de corruptas personalidades. Daba la casualidad de que todos los castigados pertenecían a la alta sociedad, y encontraron la oportunidad perfecta para organizar un plan maestro de dominación. Así, amparados bajo el mando de aquel cuyo nombre no ha podido ser descifrado, crearon una comunidad de maldad, absolutismo y dominación. (Nota del editor: esta colectividad pasa a ser calificada en escritos posteriores a la Época de Alí el Grande como El Oficio Religioso, derivando luego en la simple expresión Oficio, aunque algunos osan llamarlo Religión).
Es así como esta paradoja entre el cielo y el infierno se hace presente, pues de haber existido realmente lo que los filósofos e iluminados llamaron El Reino de los Cielos, era al mismo tiempo el Lugar de Las Tinieblas. Helm Bronwen en su “Estudio de la divinidad y la maldad” llegó a la siguiente conclusión “Dios y Satán siempre serán la misma persona, sin embargo, nunca han existido realmente, más allá de un mero formalismo acreditado por Malsenssen”.
¿Qué quiere decir esto? Si Dios existiera, no sería más que una creación de aquella perversa mente que es aquel cuyo nombre es indescifrable, que luego pasó a ser llamado Satanás, el primer ser humano en llegar al lugar de castigo mencionado anteriormente. En otras palabras, Infierno sería sinónimo de Cielo, pero el Infierno nunca ha existido tangiblemente, por ende tampoco lo hace el Cielo.
Y si esto parece disparatado es porque el problema en cuestión nunca tuvo una base estable que la sustentara.
Si bien no existe un lugar a donde enviar a todos esos seres indeseables que alguna vez me han molestado, el problema se resuelve justamente con esta paradoja, porque mientras me hago conciente de que no existe ni Cielo ni Infierno, estás personas siguen batallando contra fuerzas no concretas y bastante absurdas, creyendo que estos lugares son reales. Al final la existencia de un Infierno no es lo importante, y mi problema se resuelve fácilmente si logro que mis enemigos tengan la fe necesaria para creer en él sin necesidad de fundamentos que así lo demuestren.
Un problema más que logro resolver sin tener que esforzarme. La vida a veces es bastante simple.
Y disculpa que comience esta carta de manera tan abrupta, pero si no lo escribía terminaría olvidándolo completamente. Por supuesto espero que estés muy bien y que aun no hayas perdido ningún amigo, o una pierna. Si pierdes un dedo no es tan terrible.
Ayer en la mañana mi mamá me despertó temprano y me dio un baño con sales aromáticas. Después me puso un vestido nuevo por la cabeza y empujó mis pies hasta que calzaran los zapatos negros de mi hermana. A eso de las 10, ya estábamos en el estudio fotográfico con todas esas luces en mi cara. Tampoco me gustan las fotos de maniquí, creo que te lo había dicho anteriormente. Así que te envío dos fotos, una es mía y la otra mi madre se la robó al fotógrafo para que se la muestres a los otros soldados.
¿Qué más puedo decirte? Me gustan los gatos, el te, las lentejuelas y las plumas. Los poetas malditos, los pintores suicidas y los músicos alcohólicos. No te preocupes, pues a lo mejor algún día me gustarán los militares asesinos como tú. Solo tienes que esforzarte un poco más.
A veces me gusta imaginarme muerta y como tú llorarás mi muerte en el funeral, lo que resulta bastante aburrido. Entonces me imagino que tú mueres atravesado por 2 balas, como un mártir, y yo preparo tu funeral. Contrato un cantante, un pianista, una contorsionista, un mago y una domadora de serpientes y tu funeral se convierte en el más bello espectáculo de todos los tiempos. Tanto, que luego la reina me llama para que deje organizado su funeral con anterioridad, no vaya a ser que la sangre me lleve antes a mí que a ella.
Espero que regreses pronto para que podamos casarnos cuanto antes, como siempre, estaré esperándote, pues la verdad es que no tengo a nadie más y no me queda otra cosa por hacer. Excepto cuando a mi madre le da la manía de la tarde del té e invita a todas sus amigas, o cuando trae al pintor de las muñecas cosidas para que haga cuadros de mis sobrinos. Por supuesto, éste pintor no es de los pintores suicidas que te mencioné anteriormente, porque tu eres el único hombre en mi cerebro. Y de ahí no saldrás en un buen tiempo. Siempre tuya, Helena.