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De laberintos, colchones y ventanas
Unas cervezas, un limón y dos patadas en lo riñones. Es todo lo necesario. Quizás un poco de rimel, o incluso labial. Y así nos tiramos en mi colchón. Mientras realiza las inspecciones necesarias, me vuelvo a esconder en el pasillo. Lo miró con el rabillo del ojo para saber cuando termine de mover sus dedos ahí abajo. Él es una ventana, definitivamente. A veces me tocan unos que son puerta. Una vez me llevé a uno que era interruptor. Aún no encuentro al de los cimientos. En fin.
Ahí estábamos los dos juntos, y ahí estaba yo sola caminando, hasta que él volvía a tocar el timbre y yo volvía para que estuviésemos los dos ahí juntos.
Entonces a mí me daba el miedo y más me perdía y más temía y él más gemía. Ellos no entienden que soy un laberinto. ¡Un puto laberinto!, ¿tanto les cuesta?. Obviamente no soy de esos laberintos de hojas trepadoras y rosas que adornan el jardín, por la simple razón de que necesariamente debe existir alguien que le dé forma a la hiedra y pode las rosas, ergo, hay alguien que lo conoce a cabalidad. Digamos que soy un laberinto antiguo que un albañil ciego construyó hace miles de años, que pereció perdido en su propia creación. Y si al obrerarquitecto lo mata su obra maestra, no existe nadie más en la tierra capaz de comprender al animal. A no ser que seas un maldito psiquico, con lo cual no tendrías ninguna oportunidad pues todos los psiquicos son farsantes y deberían ahogarse en su propio vómito y arder en el infierno y tomar té todas las tardes con una señora con pantys de lana. De Lava. Helada.
Y ahí estábamos los dos juntos, en el colchón. Él una ventana, recuerda, yo un laberinto. Todo está oscuro y tengo rabia, porque una ventana no es necesaria para salvarse en un laberinto, aún así pueden saltarse un pasillo por lo menos, y eso me gusta porque me gusta cuando atraviesan las paredes. Por eso tengo rabia.
Y ahí estábamos los dos juntos a ratos. Yo con los ojos cerrados imaginando que la ventana no era una ventana, sino hilo dorado amarrado a la entrada, no era hilo dorado sino cuerdas de piano, no era cuerdas de piano, sino letras, sino luz. Luz dorada y tibia entrando rápidamente, luz apuñalando lo oscuro, luz cercenando las paredes, luz que llega al centro y me descubre. Me rescata. Pero Luego esta luz también me parte, y me mata. Pero muero descubierta, abierta, manifiesta, comprendida y escarlata.
Lulú triunfa en Hollywood10:01 p. m.
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